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Vestidas con ropas ligeras de variados colores, caminaban de lado a lado y observaban con atención las cuatro esquina de la calle en la que está situado aquel bar que recrea una situaciones del viejo Oeste, donde cada noche van a trabajar para conseguir un buen cliente. En contraste, por la estrecha calle seguía el transito de muchas personas, la gran mayoría hombres, que con sus miradas juguetonas, lograban sacar una sonrisa en aquellas chicas.
El lugar también era transitado por vendedores de frutas, taxistas y policías que simulaban hacer sus rondas nocturnas por aquel lugar, pero que no desaprovechaban oportunidad para mirar de reojo a las chicas.
De pronto un grupo de cuatro hombre se ubicó en la cera del frente del local y, con disimulo, uno de ellos llamó a una de las niñas más jóvenes, conversaron entre sonrisas y luego de unos minutos ella cruzó la calle y buscó a otras jóvenes, alrededor de seis, quienes pasaron hasta el lugarcito oscuro en el que intentaban ocultar sus caras aquellos aventureros tipos.Las miraron detalladamente durante un largo rato, las cuatro más jóvenes y coquetas salieron con parejas, las otras volvieron a pasar la calle y de nuevo bailaron. Las cuatro parejas entraron al bar; y con sus cuerpos compenetrados una de las parejas bailaba reguetón en la pista, no se miraban a la cara, pero jugueteaban con sus manos y, con mucha delicadeza, unían sus cuerpos al ritmo de las movidas canciones, mientras que los demás se perdían entre el montón de cuartos del lugar, en el que ni la edad ni el estrato social son requisitos de entrada.
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