miércoles, 23 de septiembre de 2009

PARA LLEGAR A CASA

Vestido con un uniforme, casi hecho a la medida de su chiquillo cuerpo, aquel niño recorría el parquecito que, quizá por la inclemencia del sol, estaba solitario. Sus afanados pasos daban la impresión de que un delicioso almuerzo esperaba en casa; y mientras con una de sus manos acariciaba su pelo crespo, con la otra sujetaba el bolso que cagaba en su pequeña espalda.
Dando saltos muy cortos se abrió paso entre la hierba y los cientos de flores amarillas que, por la ausencia de los caminantes y el transcurrir del tiempo, han ido apoderándose de los espacios que no tienen un camino cementado y, además, dándole al lugar un aire campestre.
Después de uno cuantos minutos, al escuchar el canto de un hermoso pajarito que estaba parado en un frondoso árbol situado casi a la mitad del parque, empezó a silbar como si estuviera imitando el sonido que la naturaleza le brindo por medio de aquel pequeñísimo acompañante.Ya se acercaba al otro lado del parque y, de repente, dio un gran salto que lo dejó en la orilla de la calle; con precaución miró a la derecha y a la izquierda y, ahora, con un lento andar cruzó al otro lado dejando atrás aquel poco de aire aún descontaminado y perdiéndose entre la separación de las pocas casas y calles que, lejanas entre sí, lo acercaban a su hogar.

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